Un avión y una cafetería… / Por JHAD

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En 1965, México estaba en pleno crecimiento y transformación. Se aproximaban grandes cambios en lo social, político y económico. El país experimentaba también un resurgimiento artístico y literario con figuras como Carlos Fuentes y Octavio Paz. La música de rock y el folklore cada día ganaban más popularidad entre la gente.

Era un tiempo de innovación y de creatividad donde los más audaces sembraban semillas de progreso y trascendencia.

Dentro de ese gran escenario apareció en escena un personaje que a lo largo de su vida fue un hombre de ideas frescas y brillantes, su nombre Joaquín Vargas.

En ese entonces proveedor de combustible para aviones, Don Joaquín supo que el IMSS había puesto en venta aeronaves que habían sido embargadas por el instituto a la empresa Líneas Aéreas Unidas Mexicanas, S.A. y decidió comprar un North Star DC-4M.

Como pudo lo trasladó a uno de sus terrenos ubicados en boulevard Puerto Aéreo, justo enfrente del Aeropuerto Internacional Benito Juárez de la Ciudad de México, en la colonia Moctezuma.

La idea inicial del empresario era ocupar el fuselaje para poner un par de anuncios de alguno de sus negocios, sin embargo, el gran interés que despertaba en el público de ver tan de cerca un avión, le dio una nueva y brillante idea, convertirlo en cafetería. 

Muy pronto y con tan solo siete trabajadores ofreciendo el servicio, el lugar se convirtió en todo un éxito. La cafetería empezó a recibir a vecinos de la zona, a curiosos, pasajeros y a un sinfín de trabajadores del aeropuerto.

Pero el mejor momento del avión cafetería fue en el año de 1969, cuando el director de cine René Cardona presentó en sociedad la película, “El mundo de los Aviones”, teniendo como protagonista principal al gran cómico Gaspar Henaine “Capulina”.

En la cinta, se puede observar el interior del avión donde destacaban los asientos con forros de colores azules, naranjas y rojos adaptados como gabinetes y una mesera con uniforme de sobrecargo tomando la orden y una pequeña cocina en medio.

Por supuesto que después del gran éxito de la película, las ventas aumentaron y las ganas por conocer el lugar se incrementaron considerablemente en todo el público.

Sabedor de su gran éxito, Vargas decidió cambiarle el nombre a su gran negocio y lo bautizó como Wings, que en español quiere decir alas, y pintó el nombre en el fuselaje.

Miles de visitantes acudieron a sus instalaciones. Mucha gente pudo conocer un avión por dentro y por fuera, y cientos de niños soñaron con ser pilotos después de haber vivido la experiencia de entrar a un avión. Esa era la magia del Wings.

A principios de la década de los noventa, la cocina sufrió un incendio y la magia del avión cafetería empezó a perder brillo. La cabina se deterioró y ya no fue posible recuperarla. 

El lugar cerró. La nave permaneció casi seis años en ese mismo lugar para darle paso a una nueva y moderna construcción que hasta la fecha sigue en pie sobre el boulevard Puerto Aéreo donde se ha transformado en un gran restaurante.

Los restos del avión fueron donados al Papalote Museo del Niño para cerrar con broche de oro aquella historia que empezó en 1965.

Con 59 años en el mercado, Corporación Mexicana de Restaurantes, Wings se ha especializado en la atención y servicio en diversos aeropuertos de México marcando la pauta del buen gusto para comer.