
El naufragio electoral del Movimiento al Socialismo (MAS), luego de casi 20 años de hegemonía política -solo interrumpidos por el artero golpe de Estado de 2019-, viene acompañado de la deriva de todo el arco de la izquierda partidista boliviana. Un día después de este revés al proyecto emancipador se impondrán los ajustes de cuentas entre los dirigentes señalándose mutualmente de sus irresponsabilidades y ambiciones que antepusieron al interés del pueblo.
Lo cierto es que este triunfo en primera vuelta de dos candidatos vinculados a la derecha es un golpe directo al proyecto del Estado Plurinacional y a las legítimas aspiraciones de los sectores populares bolivianos, pero, sobre todo, implica el retorno -por sus fueros- de las rancias elites gobernantes que fueron desplazadas en 2006, representadas por el vicepresidente del dictador Hugo Banzer y por el hijo del expresidente neoliberal y acusado de corrupción: Jaime Paz Zamora.
Hoy en América Latina somos testigos de la emergencia de las nuevas y viejas derechas, que ha pasado por encima de aquellos gobiernos progresistas que significaron una nueva esperanza frente al avasallamiento neoliberal de fines del siglo XX. Con la caída del MAS en Bolivia, hemos sido testigos de cómo fueron trucados en las urnas los proyectos de izquierda en Ecuador, Argentina, Brasil, Uruguay; y como fueron arrebatado los gobiernos por estrategias golpistas y de lawfare en la misma Bolivia, Brasil, Paraguay, Honduras y Perú.

Solo el proyecto chavista en Venezuela y la siempre digna Cuba han logrado mantener a raya, esas estrategias de desestabilización orquestadas desde el extranjero, que siempre encuentran asidero en las elites locales, y que se apoyan del descontento inducido de aquellos sectores despolitizados y aspiracionistas. Pero no podemos obviar la responsabilidad de las fuerzas de izquierda cuando su interés se centra en la disputa de espacios y cuotas, practicas propias del arribismo y el sectarismo; y cuando su vínculo con su pueblo se rompe para pasar a considerarse como guías indispensables; aquel “necesariato” que el mismo AMLO fue consciente de evitar en México.
En nuestro país debemos vernos en el espejo boliviano para sacar lecciones de los tiempos oscuros que se avecinan para nuestros hermanos andinos. Hoy la derecha internacional aspira a la revancha y a echar por tierra el legado de las políticas sociales y nacionalistas que sacaron a un buen número de bolivianos de la pobreza; pero que no fueron efectivas para acrecentar la conciencia política de un pueblo sufrido y digno.
Hoy tenemos que asumir que ninguna dirigencia es indispensable, ni ningún personaje está por encima de las legítimas aspiraciones del pueblo. Por eso, la tarea permanente de la actividad política es interpretar la voluntad popular y nunca pretender sustituirla para el beneficio de cúpulas o grupos de intereses que centralizan el control de participación política como su potestad. Porque ningún dirigente está exento de ser cooptado por nuevos cortesanos que impongan su permanencia como indispensable para el movimiento.

Mientras se siga confundiendo el beneficio individual, casi siempre reflejado en el modo de vida personal de aquellos que militamos en la izquierda; con el bienestar de la comunidad política, los voceros de la derecha podrán volver a sus estrategias de estigmatización gritando “¡al ladrón! ¡al ladrón!” y acusando de corrupción a cualquiera que obre en nombre de un proyecto político de honestidad y austeridad que aspira a ponerse del lado de los humildes.
Es decir, esa misma derecha voraz y vende patrias, no duda en señalar con el dedo a los sectores de la izquierda que no saben ser coherentes con los altos valores éticos que la misma izquierda impulsó como agenda; porque esa derecha es eficaz en sacar raja, de las pequeñas y grandes incoherencias de quienes pretenden representar la voluntad popular, usando como ataque los valores que ellos mismos no sienten como propios.
En Bolivia constatamos que la estrategia es descorazonar a los propios sujetos del cambio o la transformación, con el viejo cuento de “todos son iguales” y “todos llegan para robar”; imponiendo el “sentido común” del “sálvese quien pueda”, “sálvate tú mismo” tan propio de la egoísta mentalidad neoliberal.

Por eso la necesidad de defender los proyectos colectivos con cada acto de coherencia personal y de organización, disputando todos los días la representación de la comunidad política, mucho antes de llegar a las urnas. Solo así asumiremos la soberanía del pueblo como una práctica cotidiana y no como campaña u obligación. El poder es un medio, no un fin.


El cargo Apuntes del naufragio en Bolivia / Por René González apareció primero en Reporte 32 MX, El medio digital de México.