La larga marcha por la educación pública en México / Por René González y David Toriz

El derecho a la educación que hoy millones de niñas, niños, adolescentes y jóvenes mexicanos ejercen con libertad, ha sido producto de las luchas protagonizadas por las generaciones que nos precedieron quienes siempre asumieron que la educación era una de las condiciones para concretar la verdadera justicia social para el pueblo de México.

Son varios los estudios históricos que nos acercan a la manera integral con que los pueblos originarios educaban al interior de sus comunidades. Ya sea en sociedades más igualitarias o en sociedades más estratificadas, los pueblos del México antiguo reproducían su cultura y desarrollaron una civilización original en el mundo, por medio de los procesos formativos que comenzaban desde la infancia en los mismos espacios cotidianos donde padres e hijos interactuaban ya fuera el hogar, la milpa, la cacería, los talleres o los templos. 

Sin embargo, ya hay ejemplos de las primeras escuelas organizadas dentro de los Estados mesoamericanos como herramienta fundamental para cohesionar a sus integrantes. En la sociedad mexica existieron instituciones educativas como son el telpochcalli, el calmécac o el cuicacalli, donde los diferentes estratos de la sociedad reciban instrucción militar, historia, astronomía, danzas y cantos como conocimientos fundamentales para mantener su forma de vida y cosmovisión.

Estas fueron las instituciones propias que terminaron suprimidas con la invasión española y el establecimiento del régimen colonial. A los pueblos originarios les quedó la reproducción de sus valores comunitarios y mantener viva la civilización mesoamericana al confinarse a los espacios más íntimos del hogar o la milpa, o incluso en espacios ocultos o clandestinos para resguardar su tradición. Los pocos experimentos de colegios para jóvenes indígenas a cargo de frailes -como el de Santiago Tlatelolco- fueron hostigados por funcionarios españoles quienes vieron que educar a los indios era una amenazar a su sistema de dominación.

No podemos olvidar que la universidad como institución de formación superior, justo se establece durante esta primera etapa colonial, como le gustaba recordar al presidente López Obrador, “cuando en Nueva York todavía pastaban los búfalos en la Ciudad de México ya había universidades.” Así fue porque en 1553 abrió sus puertas la Real Universidad de México para impartir una educación eclesiástica a pequeños grupos de peninsulares y criollos que se integraban a una corporación con plenos privilegios como la milicia o la iglesia.

Este modelo escolástico de educación elitista sirvió principalmente para formar a los funcionarios que el régimen colonial requería, por lo que no es extraño que, al conseguirse la Independencia política de España, fueran los propios liberales quienes pidieran que la universidad colonial fuera suprimida bajo las leyes de la República.

Es durante nuestra Primera Transformación que el interés por la educación cambia, ya no enfocada en grupos reducidos, sino en promover la llamada “instrucción general” enfocada en formar ciudadanos entre toda la población. Ya los Sentimientos de la Nación en 1813 proponían que las leyes debían ser dictadas por juntas de sabios, y que esas leyes servirían para mejorar las costumbres y “alejarían la ignorancia” entre los ciudadanos americanos.

Al promulgarse nuestra primera Constitución en 1824 quedó establecido como una facultad del Congreso General y de las legislaturas estatales, el promover la ilustración bajo el modelo liberal, erigiendo establecimientos donde se enseñarían “las ciencias naturales y exactas, políticas y morales, nobles artes y lenguas”. En cambio, fue entre los militantes del bando conservador quienes siguieron abogando por mantener la antigua orientación de la universidad a partir de su reorganización, siendo estos debates una extensión del enfrentamiento ideológico y militar entre los bandos políticos.

Es en la Constitución de 1857 donde por primera vez se establece en su artículo 3° la libertad de enseñanza abriendo así el paso a la laicidad en la educación que se consolidó luego de la Guerra de Reforma y el triunfo definitivo de la Republica que implicó nuestra Segunda Transformación; pero las guerras recurrentes en nuestro territorio no permitían que las instituciones escolares se extendieran entre la población.

Con la llamada pax porfiriana que descansaba en la represión del puebloes que las elites mexicanas pueden hacer realidad su proyecto de abrir de nuevo la Universidad, ahora en su carácter de Nacional. Personajes como Gabino Barrera y Justo Sierra quienes pertenecen al grupo de los llamados científicos porfiristas, fueron quienes promovieron la filosofía positivista que promulgaba el Orden y Progreso de las sociedades como justificación ideológica de la dictadura porfirista.

Esa misma elite económica e intelectual, bajo esos mismos principios promovieron la creación del llamado Consejo Superior de Educación Pública en 1902, antecedente de la primera Secretaría de Instrucción Pública a cargo del propio Justo Sierra, como instrumento para concretar los ideales positivistas. Desde esta posición, Sierra logra el beneplácito del dictador para inaugurar el 22 de septiembre de 1910 la actual Universidad Nacional de México, tan solo un mes antes del estallido revolucionario de noviembre.

El cargo La larga marcha por la educación pública en México / Por René González y David Toriz apareció primero en Reporte 32 MX, El medio digital de México.

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